domingo, 22 de abril de 2012

A beleza, mesmo das praias, sofre com o tempo / Yoani Sánchez

SOS por las playas del este

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Estamos en receso escolar.Las paradas se muestran atestadas de madres con niños que quieren ir al zoológico, al acuario o a cualquier otro lugar recreativo. En La Habana Vieja no queda un solo recoveco sin esos pequeñines que demandan un helado y le halan la falda a la abuela para que les compre una pizza. A las afueras de los parques de diversiones, una larga fila aguarda por subirse a los carros locos y despeinarse en las montañas rusas. Mientras, los padres meten la mano titubeante en la billetera. Saben que en la mayoría de los casos sólo los pesos convertibles lograran trastocarse en dulces y en refrescos, aunque la entrada al museo y al cine sea en moneda nacional. Los colegios serán, hasta que llegue el próximo lunes, sitios silenciosos y vacíos.
Mi hijo, que está en esa edad difícil entre la niñez y la adolescencia, también disfruta de su semana de vacaciones. Ayer, quiso nadar un rato en las playas del este de La Habana y allá nos fuimos, junto a mi padre que hacía una década no se llenaba los pies de arena. El mar estaba hermosísimo como siempre, el sol cumplía su papel allá arriba y hasta un par de nubes nos regalaron su sombra en este ardiente abril. La naturaleza, en fin, puso la mejor nota de la tarde. Sin embargo, una mezcla de desidia y abandono ha cambiado el paisaje costero que conozco muy bien desde mis años infantiles. Por supuesto que la zona para turistas -frente al hotel Tropicoco- está impecablemente limpia, con policías haciendo la ronda para que ningún cubano vaya a “molestar” a los extranjeros. Pero fuera de ese perímetro de confort, un verdadero desastre ecológico queda como escenario para los nacionales.
La arena ya no es una zona aplanada de ondas suaves. Cerca del mar se ve gris y compactada, mientras el viento se ha llevado sus partículas más finas hacia dunas enormes cubiertas de plantas espinosas. Entre la calle y lo que sería la espalda de los veraneantes se erigen ahora estos montículos que deben ser escalados para llegar a darse un chapuzón. Rocas, fragmentos de concreto y hasta maderos, se asoman en la orilla de varias partes del litoral. Boca Ciega, el trozo de playa donde iban las
familias hace treinta años y las prostitutas con sus clientes hace veinte, es hoy una zona carente del mínimo servicio de baños, cafeterías o sombrillas. Parece un campo de batalla después del bombardeo. Quitarse los zapatos para caminar un rato no es una buena idea, por culpa de los cristales y los trozos de metal. Ni hablar de la parte conocida como Guanabo, donde las zanjas de aguas albañales siguen drenando hacia el mar. Lo peor es que en las caras de los habitantes del lugar hay un gesto de olvido, abandono, pasado esplendor convertido en sal.
Mi hijo daba braceadas en el agua, mientras la adulta que soy se acordaba de todos los castillos de arena que levantó en aquel lugar. Evocaba aquellas diminutas fortalezas, desde cuyas torres empinadas el futuro parecía más hermoso y mejor.
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