El libro formaba parte de la colección privada de un escritor que partió al exilio y el título no parecía atractivo, pero me aventuré, aburrida en medio de la sequía editorial de los años 90. En sus páginas se narraba un país que conocía, pero descrito como un lugar diferente, convulso, injusto y duro. Doctor Zhivago llegó a mis manos cuando la Unión Soviética había desaparecido y me brindó parte de las respuestas para explicar aquel descalabro.
Un cuarto de siglo después, la televisión cubana ha transmitido finalmente la conocida película inspirada en la novela homónima y dirigida por el director británico David Lean. El filme, estrenado en el lejano 1965, estuvo ausente de las pantallas de la Isla hasta que el pasado 22 de enero fue proyectado, no sin que antes el comentarista del programa advirtiera sobre las distorsiones ideológicas de la cinta.
Una aclaración innecesaria, pues la historia de Yuri Zhivago es harto conocida en esta Isla gracias a la infalible fórmula de que “no hay nada más atractivo que lo prohibido”. Durante décadas la obra escrita por Boris Pasternak circuló de mano en mano, forrada su carátula con algún ejemplar del aburrido Granma para evitar los ojos indiscretos o, en los últimos años, en ese esquivo formato digital que burla fácilmente a los policías del pensamiento.
El filme, estrenado en el lejano 1965, estuvo ausente de las pantallas de la Isla y fue proyectado este enero después de advertir a los televidentes sobre las distorsiones ideológicas de la cinta
A diferencia de 1984 de George Orwell, Doctor Zhivago no fue proscrita por vaticinar un futuro totalitario que encajaba en muchos puntos con nuestra Cuba socialista, sino porque describía un pasado incómodo para quienes querían presentar a Rusia como un país donde los proletarios habían alcanzado el parnaso de la igualdad, el compañerismo y la justicia.
En lugar de esa visión maniquea que se impartía en las escuelas cubanas, la obra de Pasternak se enfocaba en un individuo atormentado, sacudido por los vaivenes sociales y más preocupado por salir ileso de las circunstancias que de inmolarse por una causa. Era un antihéroe alejado del “hombre nuevo” y del ideal soviético.
Las peripecias que debió sortear el libro también sirvieron de argumento a los que esgrimían las tijeras en las editoriales de la Isla. Su publicación en 1957 en Italia, el Premio Nobel que le granjeó a Pasternak y las presiones oficiales que lo obligaron a rechazar el galardón contribuyeron a que se negara su lectura a los cubanos.
En lugar de esa visión maniquea que se impartía en las escuelas cubanas, la obra de Pasternak se enfocaba en un individuo atormentado y sacudido por los vaivenes sociales
La “camaradería” en el bloque comunista incluía tales acciones. Un autor censurado en uno de los países que conformaban la vasta geografía roja también caía en la lista negra en las otras naciones que orbitaban alrededor del Kremlin. La Habana no faltó a esa máxima y fue fiel a su madrastra patria, privando a sus nacionales de un obra antológica del siglo XX.
La censuraron en Cuba no solo por complicidad ideológica con el país que sostenía económicamente todas la excentricidades de Fidel Castro, sino porque en sus páginas la Gran Revolución Socialista de Octubre salía mal parada, era un amasijo de delatores, policías, presiones de todo tipo y mentiras. Un escenario asfixiante donde el individuo apenas podía resguardar su privacidad y su yo.
Cuentan que cuando fue excluido del poder, en 1964, Nikita Jrushchov leyó la novela de Pasternak. “No deberíamos haberla prohibido. Tendría que haberla leído. No hay nada antisoviético en ella”, reconoció entonces.
Los censores cubanos, sin embargo, no han esbozado una disculpa, tampoco es que haga falta. La Historia se ocupó de lanzarles una sonora trompetilla: el país que intentaban proteger de las supuestas calumnias del escritor dejó de existir hace casi tres décadas; en cambio, Doctor Zhivago sigue siendo una novela vibrante e inolvidable.
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