Cuando se supo que la Presidenta será operada de cáncer en la tiroides dentro de cuatro días, diversas emociones cruzaron la mente de los argentinos. Por lo pronto una de asombro por lo inesperado de la noticia y otra de preocupación por el inevitable impacto que produce la palabra "cáncer" aun en estos tiempos en que esta temida enfermedad es derrotada con frecuencia. Por eso a la preocupación siguió el alivio casi inmediato cuando se advirtió que el cáncer en la tiroides que padece la Presidenta es curable, sobre todo porque su erradicación estará a cargo de un equipo médico de excelencia.
El alivio casi instantáneo por la disipación de la
imagen de un país sin Cristina se reforzó, por otra parte, porque su
vicepresidente ya no es Julio Cobos, sino Amado Boudou. Si una cosa es
indudable es que, mientras dure la licencia de la Presidenta, su actual
vicepresidente no moverá ni un dedo para hacer saber que, efectivamente,
existe.
Por eso en un artículo para El País,de Madrid,
titulado "El peronismo hoy se llama cristinismo", que reprodujo La
Nación de anteayer, el columnista Miguel Angel Bastenier, al advertir que entre
nosotros todo gira en torno de Cristina, se pregunta si los argentinos no
estaremos viviendo una suerte de hipnocracia,un "estado
hipnótico" en virtud del cual un gobernante omnímodo atrae de modo
irresistible, para bien o para mal, a sus gobernados. Pero Bastenier formula,
además, otra pregunta: ¿cómo evitará ese poder omnímodo a partir de una
concentración que no admite antecedentes la tentación de buscar laperennidad? "Cristina
eterna", esta frase que pronunció en su momento la diputada Diana Conti,
¿es entonces sólo el anhelo solitario de una "ultracristinista" o es,
más allá, un proyecto de poder presidencial que apunta ya no sólo a su
ilimitación en el espacio, sino también a su ilimitación en el tiempo?
"LA "HIPNOCRACIA"
Debe decirse a favor del modo como Cristina anunció
su cáncer en la tiroides que, a la inversa de Hugo Chávez en relación con su
propio cáncer, no lo negó empecinadamente, sino que lo hizo público, con
prontitud y sobriedad. Pero hay otro rasgo que la acerca a Chávez: la hipnocracia .
Esta resulta de proyectar sobre el pueblo, con la ayuda de la cadena oficial,
un flujo cotidiano de discursos presidenciales. Este es el método de
comunicación que, inaugurado por Fidel Castro para los cubanos, tiende a
desatar una corriente incesante de mensajes unipersonales y unidireccionales
cuyo objeto es envolver a la audiencia en un clima casi obsesivo del cual, al
fin, nadie se escapa. Una suerte de "lavado de cerebro colectivo" que
tiende a convertirse en monopólico cuando sus reiterados mensajes son
acompañados por la persecución sistemática de aquellas otras voces que tienden,
por su parte, a preservar el pluralismo que resulta de la libertad de
expresión.
Nada más representativo del sistema republicano, en
este sentido, que la pluralidad de las opiniones. Pero la inusual concentración
del poder de comunicación en manos de un Estado con vocación hegemónica, que ha
tenido en Castro a su precursor y en presidentes autoritarios como Chávez y
Rafael Correa a sus continuadores, también está siendo ensayada por la
Presidenta.
Esta modalidad sería inviable, sin duda, si el
mensaje dominante de un sistema hegemónico no incluyera un contenido, un
argumento, destinado a sus oyentes. En Cristina, a este argumento se lo llama
el relato . El relato consiste en un argumento que procura
competir con la realidad desde una posición dominante. Cuando aun en las
circunstancias que rodearon al sobrio relato de su enfermedad la Presidenta
procuró victimizarse como una heroína dispuesta al sacrificio, apeló al
"relato". Si Néstor Kirchner murió por ofrendar su vida en aras del
pueblo, Cristina Kirchner se presenta hoy como una gobernante que le está
entregando su salud a ese mismo pueblo. Algunos críticos subrayan por su parte
la vasta corrupción que la beneficia y la rodea. Pero estas voces disidentes
¿qué llegada tendrán en medio de la "hipnocracia"?
¿Qué sentido tendría este grado superlativo de
concentración del poder y de las comunicaciones si no fuera, además, ilimitado
en el tiempo? ¿Es posible advertir que Cristina concentra al máximo su poder en
el espacio sin suponer que buscará dotarlo, además, de "perennidad"?
¿"MONARQUÍA" O "DINASTÍA"?
Los emperadores romanos, si bien disponían de un
poder absoluto, no eran hereditarios sino electivos y vitalicios -lo mismo
ocurre hoy con los papas-; para encontrar monarquías hereditarias, habría que
remitirse a las monarquías europeas, aun en su menguada actualidad, hasta Juan
Carlos I de España inclusive. Cuando una monarquía es hereditaria, cambia la
naturaleza del poder porque aparece el concepto de dinastía ,
que el diccionario define como "una familia en cuyos individuos se
perpetúa el poder". El concepto de "monarquía" puede aplicarse a
Cristina no bien se comprueba el intenso grado de concentración del poder que
la exalta. Pero esta concentración carecería de intensidad si se limitara en el
tiempo, por ejemplo a los cuatro años de gobierno que le permite nuestra
Constitución. Y aun si Cristina consiguiera el reeleccionismo indefinido, aun
así carecería de "perennidad". La única manera de conseguir la
"Cristina eterna" a la que aspira Diana Conti sería que ella pudiera
transmitir el poder dentro de la misma familia en cuyo seno lo recibió.
Entre nosotros, hubo sin duda intentos de
monarquías vitalicias, por ejemplo en torno de Rosas y en torno de Perón. Pero
nadie pudo imaginar a la dulce Manuelita como reina, quizá porque la idea de
una reina estaba prohibida en la cultura de entonces. Perón, a su vez, no tuvo
hijos. ¿Qué habría pasado si los hubiera tenido? ¿Se habría detenido la saga de
Perón con su muerte, en 1974? El poder que ya ha alcanzado Cristina tiende a
mostrarse cada día más como monárquico y no como republicano. Cuando Cristina
se hizo coronar el pasado 10 de diciembre, no por el vicepresidente Cobos sino
por su propia hija, Florencia, ¿no pasó por su mente que el poder residía en su
familia? ¿Qué otra sino ella ha sido la heredera de Néstor Kirchner? ¿Es
demasiado atrevido pensar que Cristina, al ocupar el trono, es el emblema de
una nueva dinastía? ¿No es notable el control creciente que ejercen al lado de
ella su hijo, Máximo, y sus amigos de la Cámpora? Que Cristina ya es monárquica
basta confirmarlo cuando se advierte que sus ministros y colaboradores
conforman en torno de ella una sumisa "corte". Culturalmente, los
argentinos hemos sido tentados de preferir la tiranía antes que la anarquía y
el poder concentrado antes que el "desorden" republicano. En España,
todavía reinan los Borbones. Entre nosotros, ¿no reinan, ya, los Kirchner?
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