Brasil, por las bravas
Con goles de sus centrales Thiago Silva y David Luiz y golpe a golpe, La Canarinha elimina a una Colombia sometida al principio y sin tiempo al final
Neymar abandona el partido lesionado y el médico diagnostica una fisura en la tercera vértebra
JOSÉ SÁMANO Rio de Janeiro 5 JUL 2014 - 00:58 CEST
Por lo civil o por lo militar, lo que haga falta. Así es este nuevo Brasil del general Scolari, ya en semifinales a golpe de centrales, autores ambos, Thiago Silva y David Luiz, de los dos tantos locales. A falta de juego, los defensas tocan la corneta. A rebufo quedó Colombia, parca y sometida al principio y sin tiempo al final para la remontada. A los cafeteros se les hizo tan corto el último tramo como a James, el diamante pulido este mes, el Mundial, que se fue con tantas lágrimas como moratones en las piernas. Este Brasil puede fardar de resultados, pero su desapego por el encanto que le distinguía resulta descorazonador. Hoy es un equipo de tosca armadura, piernas de mármol y zurra que zurra: hizo una falta cada tres minutos, sin que al parecer el árbitro, el español Velasco Carballo, llevara la contabilidad. Tampoco tomó nota de la estocada de Zúñiga a Neymar en la columna, lo que hizo al brasileño dejar el partido en la camilla.
De entrada, no compareció la descocada Colombia, sino un equipo desteñido, atenazado, con plomo en la cabeza y los pies. Con el garrote a mano y mucho voltaje, Brasil encapsuló a su adversario, sostenido por su portero Ospina, al que ese increíble Hulk con botas acribilló en más de una ocasión. Hulk, forrado en músculos, simboliza a esta Canarinha de bucaneros, un equipo de fútbol convertido en un convoy de tanques. Por las bravas, como si en cada disputa estuviera a un paso la tercera guerra mundial, Brasil, con su fútbol machote, sometió a su rival, incapaz de coger el hilo al juego. Inferior en el cuerpo a cuerpo, Colombia no pudo imponer sus virtudes y hasta el segundo acto, el guion siempre fue brasileño.
El grupo de Pékerman no lograba reclutar a James, contra el que Scolari había dictado orden de arresto a Fernandinho el primero, y, en caso de necesidad, al que merodeara su sombra. El objetivo: James por los suelos. Ni caso hizo el español Velasco Carballo, que no perdió ocasión en sancionar a la estrella colombiana por una parvulada en comparación con la leña recibida. Curioso, antes del gol de David Luiz, con más de 40 faltas ya por el camino (25 brasileñas), James y Yepes ya habían sido amonestados. Por La Canarinha, solo Thiago Silva, que se perderá la semifinal con Alemania. El árbitro madrileño contemporizó con el cuadro local hasta con el espray, que no siempre fue una frontera para la barrera brasileña.
Brasil juega a la carga, con los tambores a todo trapo. Y más en las áreas, que las convierte en un feudo de cocodrilos. En territorio propio o ajeno, sus centrales marcan la línea. Así que a la primera que se ganó un córner desfiguró a la defensa cafetera. Neymar lanzó un saque de esquina antes de los diez minutos, atacantes y defensores cazaron moscas y la pelota cayó a la zona de Thiago Silva, que anotó de un rodillazo. Lo mejor que le podía pasar a este Brasil que llegaba con tantas angustias, una ventaja sin demora. Colombia notó la sacudida y muy pronto sintió que era un forastero en un terreno inhóspito. Que el partido trataba de aceptar el golpe por golpe y que no siempre habría un juez para interrumpir el combate.
Encriptado James entre el selvático medio campo local, en el primer acto Brasil fue una avalancha, y sólo Cuadrado tuvo a tiro a Julio César. Con Óscar más centrado y Maicon por Alves con la costa derecha a sus pies, Colombia sufrió el asedio por todos los rincones, con su zaga hecha un ovillo ante cada embestida de Hulk junto a Marcelo, ante los bailes de Neymar. No encontraba remedio. Y no lo tuvo hasta que parecía definitivamente condenada.
El árbitro sancionó a James Rodríguez por una parvulada en relación con la leña recibida
El conjunto de Pékerman arrancó con mayor soltura en el segundo tiempo, con Brasil más recogida, lo que al menos le concedía la posibilidad de disputar el partido alejada de su portería. Los centuriones de Scolari no le abrían vías hacia Julio César, pero de Ospina ya no había noticias. Los muchachos colombianos se quitaron los corsés. Echaron un vistazo al frente y equilibraron el juego. En su mejor momento colombiano, Yepes, su capitán, resolvió un descomunal enredo en el área, pero un asistente invalidó el gol al acertar un fuera de juego por una uña al inicio de la jugada. De inmediato, con Brasil titubeante, de nuevo un central acudió al auxilio. A muchas cuadras de Ospina, David Luiz trazó un gol sensacional. Un zapatazo que hizo que la pelota, ya en vuelo, cambiara de rumbo en dirección a la red. Un golazo.
Brasil carga con todo y convierte las áreas en un feudo de cocodrilos
A la selección colombiana solo le quedaba el remango de James Rodríguez, un jugadorazo, por su enorme clase y porque con su juventud ni Fernandinho con la estaca logró que se escondiera. Aguantó con los dientes apretados y remó cuanto pudo para acortar distancias en un penalti mayúsculo del portero Julio César a Bacca. Marcó James y Colombia remó cuanto pudo hasta morir de realidad en la orilla. Lo hizo llorando como una regadera, pero tiene todo un mundo por delante para pelear por los tronos.
De momento, a eso aspira este Brasil de corsarios, en el que el gol también es cosa de sus centrales. Como lo había sido horas antes de Alemania, su próximo adversario. Y un cartel antinatural: Alemania quiere la pelota que adoraba el viejo Brasil y Brasil prefiere los corpachones que distinguían a la antigua Alemania.
El fútbol tiene revés.
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