¿Están siendo secuestradas las manifestaciones de protesta de Brasil?
Las manifestaciones han empezado a ser dominado por grupos extremistas que predican una estética de la violencia
JUAN ARIAS Río de Janeiro 15 AGO 2013 - 15:50 CET
Sobre las manifestaciones callejeras de protesta de Brasil empieza a cernirse un grave peligro: el de ser secuestradas por grupos ideológicos violentos tanto de extrema izquierda como de extrema derecha, con una demonización de las fuerzas del orden y una puesta en cuestión de valores democráticos que deberían ser preservados a todas costas. También han empezado a aparecer las banderas de los partidos y sindicatos a los que la sociedad les estaba pidiendo cuentas.
Lo que había comenzado como la esperanza de un despertar de la gente para exigir de las instituciones políticas menor corrupción y mejores servicios públicos y, en definitiva, una democracia más amplia y participada a través de las nuevas redes de información, ha empezado a ser dominado por una serie de grupos extremistas que predican una cierta estética de la violencia contra el capitalismo clásico que acaba desembocando en anarquía, colocando en riesgo valores que deben ser sagrados para cualquier democracia moderna.
“Brasil no es Egipto, ni siquiera Turquía. Vivimos en una democracia política plena, con amplio derecho de organización y manifestación”, alerta Reinaldo Azevedo en su blog, que fue el primero en poner en guardia sobre el peligro de que las manifestaciones pudieran ser secuestradas por el extremismo violento de izquierdas al servicio de intereses oscuros al margen de los deseos de una regeneración de la política y de la democracia.
“Si los políticos son lamentables; si los servicios públicos son insuficientes, si la corrupción es insoportable, la única forma- ¡la ÚNICA!” de salir de ello es exigiendo mayor respeto a las leyes”, añade Azevedo, a quién le preocupa que lo que podría ser una primavera democrática pueda desembocar en un "régimen de Terror”.
De forma similar, el sociólogo Demétrio Magnoli alerta en el diario O Globo sobre el peligro de que los actuales grupos violentos, cada día más presentes en las manifestaciones, como ayer en Sâo Paulo y Río, destruyendo agencias bancarias, ocupando sedes de instituciones políticas e impidiendo a la llamada “prensa tradicional” actuar en la calle al considerarse que está al “servicio del capitalismo”, pueden ser una reencarnación de movimientos que ya sufrió por ejemplo Alemania con el grupo Baader-Meinhoff e Italia en los años setenta y ochenta con la mística revolucionaria de las Brigadas Rojas, de Lucha Continua o Autonomía obrera.
Fue aquella estética de la violencia la que llevó a las Brigadas Rojas al secuestro y asesinato de Aldo Moro como símbolo de lucha contra el “compromiso histórico” entre la Democracia Cristiana de Moro y el Partido Comunista reformista de Berlinguer.
Fueron aquellos movimientos los que, adoctrinados por intelectuales como Toni Negri o Pablo Ortellado elogiaban la “acción simbólica” de la destrucción de los templos del capitalismo, como arte y estética de la muerte del mismo. Negri llegó a apellidar al terrorismo como el “alba de la revolución”.
Hoy, podríamos preguntarnos si aquella estética de la violencia llevó a Italia a una democracia más madura y a una menor corrupción política. La respuesta es clara y hasta tiene un nombre: Berlusconi, una caricatura de los verdaderos valores políticos y civilizatorios.
En Brasil, quienes han empezado a dominar las manifestaciones son el grupo de los Black Blocs a los que se han unido otros colectivos que sintonizan con ellos.
Quizás esto se debe a que la sociedad sin banderas y sin ideologías predeterminadas, ansiosa sólo de un país más limpio, más libre, más moderno y con políticos menos corruptos haya empezado a dejar de salir a la calle, en manos esta de los que predican la “estética de la violencia”.
Paradójicamente, el secuestro de las manifestaciones espontaneas y democráticas por la “violencia de la estética” podría redundar más bien en beneficio de los políticos que buscan cualquier excusa para dejar todo como está, es decir, dejarles seguir alimentándose con sus corrupciones y privilegios.
Para el próximo 7 de febrero está previsto que se retomen las manifestaciones de protesta. Serán el mejor test para saber si la calle será tomada de nuevo por los que luchan por una mayor democracia y transparencia de la vida pública, o si la sociedad que ama sobre todo la paz y respeta la ley, se quedará en su casa, dejando la calle al capricho de la “estética de la violencia”.