Un niño de cinco años empieza a ir a la escuela, pero un blog de esa misma edad ha dado ya pasos más osados. Hago hoy un esfuerzo y trato de recordar a la mujer callada y temerosa que fui antes del 9 de abril de 2007 en que creé Generación Y. Sin embargo, no puedo. Se me pierde su rostro, se me diluye entre todos los momentos hermosos y difíciles que he experimentado después de colgar mi primer texto en la web. Ya no logro imaginarme sin este diario accidentado y personal. Tengo la impresión de que siempre, de una u otra manera, estuve escribiendo una bitácora. Cuando el adoctrinamiento y la sinrazón alcanzaban puntos intolerables, mi cabecita infantil glosaba la realidad -al margen- de una forma que nunca hubiera podido decir en voz alta. La adolescente evasiva en que me convertí también seguía haciendo lo mismo: narrándose su cotidianidad, tratando de explicársela e intentando escapar de ella.
Lo cierto es que aquella mañana en que salí de casa para colocar en Internet mi página virtual, nadie podía imaginar cuánto me transformaría con esa acción. Ahora, siempre que me asalta la aprensión de que la policía política cubana es “infalible”, exorcizo ese pensamiento diciéndome que “no lo sabían, ese día no pudieron siquiera intuir que crearía este sitio”. Lo que ocurrió después ya es más que conocido: llegaron los lectores, se adueñaron de este espacio como un ciudadano se apertrecha en una plaza pública; tocaron a mi puerta muchos otrosque querían ayuda para crear sus propios espacios de opinión; aparecieron los primeros ataques y surgieron también los reconocimientos. En el camino se me perdió aquella madre de 32 años que sólo hablaba de “temas complicados” en un susurro, se me extravió la treintañera compulsiva que apenas si sabía debatir o escuchar. Este blog ha sido como experimentar, en el tiempo y en el espacio de una sola vida, una infinidad de existencias paralelas.
Nunca más he podido volver a caminar de incógnita en la calle. Aquel don de la invisibilidad que alardeaba poseer se fue al traste, entre el abrazo de quienes me reconocen y los ojos atentos de quienes me vigilan. He pagado un enorme costo personal y social por estas pequeñas viñetas de la realidad y no obstante, volvería a tomar mi memoria flash, me iría nuevamente al lobby de aquel hotel donde lancé a la gran telaraña mundial mi post inaugural.
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