Todavía no tenía edad para ir a la escuela y estaba en ese parque que los vecinos de la zona llaman de “Carlos III”, aunque los mapas insistan en rotular como de “Carlos Marx”. Mi hermana y yo jugábamos en la fuente seca y saltábamos de un banco a otro. En un momento miramos hacia la sede de la logia Masónica que hace esquina en la calle Belascoaín y el globo terráqueo sobre su azotea echaba un humo gris, se incendiaba lentamente frente a nuestro ojos. Recuerdo que le gritamos a mi padre “¡Papi, el mundo se quema!” y los tres corrimos hacia el custodio del edificio para decírselo. En pocos minutos llegaron los bomberos y desde ese día no volvió a girar aquella reproducción del planeta, su mecanismo rotatorio dejó de funcionar… durante décadas.
En ese mismo parque de mi infancia, el Observatorio Crítico realizó el sábado un encuentro en solidaridad con el movimiento mundial de los indignados. Horas antes de que llegaran los convocados, las inmediaciones habían sido tomadas por la policía política y también por guardias uniformados. Varios activistas y periodistas resultaron detenidos antes de llegar y conducidos hacia barrios distantes para que no participaran. El evento se sucedió finalmente, aunque marcado por la premura y por la baja asistencia. No obstante, pudieron desplegar un par de carteles anticapitalistas, tomarse algunas fotos y recordar en la distancia una corriente de inconformidad que sacude países como España, Inglaterra y Estados Unidos. Los asistentes cantaron la Internacional y algunos habituales del lugar descubrieron -sólo entonces- el rostro del autor de El Capital cincelado en aquel muro. Quince minutos después ya el #12MGlobal terminaba en La Habana y los chiquillos volvían a hacer suya la fuente vacía, los bancos y el busto en relieve de un hombre nacido en la Alemania de 1818. En la noche, el noticiero estelar reportaría las protestas en Londres y Madrid mientras guardaba silencio sobre la demostración en territorio nacional.
A pesar del limitado número de asistentes y del estrecho margen ideológico de la convocatoria, lo ocurrido es algo enriquecedor para la sociedad civil cubana. El sectarismo oficial no distingue entre inconformes de izquierdas o de derechas, sospecha de todos los que osen criticarlo sin importarle mucho cuál es su filiación. En las oficinas de la Seguridad del Estado le tienen un expediente abierto tanto a José Daniel Ferrer como a Pedro Campos, le siguen la pista con sospecha a la Unión Patriótica de Cuba y también al Observatorio Crítico. Para un totalitarismo, no importa si sus disidentes dicen abrazar la misma doctrina de los manuales otrora oficiales, basta con criticar para ir a parar al mismo saco de los enemigos. Este país varado en la inercia política necesita echar a andar, le urge emprender el sendero de la pluralidad y la democracia. Como esa bola del mundo en la esquina de Carlos III y Belascoaín, Cuba debe comenzar a moverse. Quizás en un primer momento gire hacia la izquierda o hacia la derecha, dé algunos tumbos u oscile hasta encontrar su propio ritmo. Pero desde ahora nadie puede imponerle una sola dirección, nadie tiene derecho a atenazarla en un solo camino.
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