Las balaustradas tienen forma de mujer desnuda y la verja está cubierta de lajas de piedras. El jardín alcanza apenas para medio metro de césped y sobre él ladra durante todo el día un diminuto pekinés. Desde la puerta de entrada se alcanza a ver la barra de “bar” que divide la sala de la cocina, con botellas rellenas de líquidos de colores. Un tanque de plástico asoma en el techo y almacena el agua para los días de escasez. Las ventanas de hierro y cristal traslucen las figuras que se mueven dentro del hogar y de noche revelan también el brillo del televisor. Toda la minúscula “mansión” ha sido pintada con ese color bermellón que por estos días es señal de prosperidad. Con esa tonalidad preferida por quienes se abren camino económicamente a pesar de las privaciones y los absurdos burocráticos.
Incluso en calles sin asfaltar sobresalen estas viviendas retocadas con esfuerzo propio y pesos convertibles. Minúsculos palacetes con pretensiones de grandeza saltan de pronto ante nuestra vista. Nos dejan entre sorprendidos y optimistas al encontrarlos en medio de los vericuetos de El Platanito, La Timba, Zamora, el Romerillo y otros barrios insalubres. Colindan con el basurero desbordado o la fosa albañal que destila calzada abajo, pero en sí mismas estas “casitas de muñecas” son como burbujas de bienestar. Tienen esas ínfulas que se expresan en detalles rocambolescos como columnas en forma de troncos de árboles o enanitos de barro a la entrada de la verja. Recargadas la mar de veces, arquitectónicamente ridículas otras tantas, estas imitaciones de castillos hablan de un deseo pujante de habitar un espacio hermoso, personalizado. Son como algunos barrocos panteones del cementerio habanero, pero esta vez para disfrutar en vida.
Me encanta tropezarme con esas fachadas y ver a sus moradores asomados a los mínimos balcones. Hay algo en ellos, en la pintura elegida para cubrir los muros y en el sonajero que cuelga del portal que me da esperanzas. Me reconforta saber que el deseo de progresar materialmente no fue borrado con tantos años de falso igualitarismo y simulada modestia. Algo de las ansias de prosperidad quedó en nosotros y ahora esa avidez tiene un color bermellón que es imposible tapar.