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sábado, 8 de dezembro de 2012

Um ensaio sociológico por meio de cães domésticos de Cuba ... / Yoani Sánchez


Pekinés albino

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Se podría hacer una historia social de Cuba de los últimos años a partir de sus perros, de esos animales que pueblan nuestras calles y nuestras casas. No sólo por los cuidados o los maltratos que han recibido, sino también por las razas caninas que la gente ha elegido para compartir su día a día. Recuerdo que hace unos años llegó la moda de los dálmatas –imbuida por Disney con sus 101 cachorros- y después apareció la predilección por los chow chow que ya prácticamente no se encuentran. Confieso que mi delirio son los satos, los chuchos, los sin linaje. Tal vez porque mi falta de pedigrí y de abolengo me hace simpatizar con mascotas igual de ajenas a la genealogía. No obstante sigo con detenimiento cómo los estamentos sociales se expresan también en esos seres de cuatro patas, olfato aguzado y ladrido.
Detrás de las altas verjas de las mansiones de Miramar bufan los Rotweilers. Tener un perro así es una señal de poder y de excelente status económico. Alimentarlo, sacarlo a pasear y entrenarlo para que destroce al ladrón que salte el muro forman parte de los pasatiempos de sus pudientes propietarios. Son, para estos tiempos, lo que los pastores alemanes representaron en los años ochenta: una raza enérgica para un sector que quiere mostrar su ascenso. Detrás llegan los labradores, con dueños que poseen jardín o piscina y que les compran comida enlatada. Perros que tienen estilista y alguien que los lleva a correr en las mañanas; asiduos a la Quinta Avenida y a los baños de mar. Perros con suerte.
Pero no crean que a cada zona de la ciudad o a cada sector social le corresponde una especie de mascota u otra. En el solar más deteriorado de Centro Habana puede salirle al paso un hermoso cocker spaniel color champán o un esbelto doberman con cara de pocos amigos. Abundan ejemplos de enormes galgos afganos viviendo en apartamentos sin balcón e incluso he visto un gran danés asomado entre los trozos de lata de una casa improvisada en un “llega y pon”* de La Habana. Los perros elegidos dicen mucho de lo que queremos llegar a ser, de nuestras ansias de grandeza… o de nuestra aceptada pequeñez. Precisamente, una raza diminuta causa furor por estos días en esta Isla, los pekineses de nariz aplastada y cuello corto. Los mejor valorados son los albinos, que se venden al precio de tres salarios mensuales: alrededor de 50 USD por cada cachorro.
Ayer me he encontrado una de esas “motas de algodón” a la salida de una cuartería en Cayo Hueso. He tenido que reírme por el contraste que hacía su blanquísimo pelaje junto a una tubería albañal rota. Y he salido de allí reflexionando en la historia que se podría contar a través de los perros, en el derrotero nacional que es posible narrar contemplando sus hocicos y sus patas. Una realidad de contrastes que van desde el fuerte tórax de un bóxer del Vedado, hasta el visible costillar del sato abandonado en cualquier calle.
Barrios improvisados con viviendas precarias hechas de material de desecho

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